Íñigo Errejón (Madrid, 1983) publica el libro Qué horizonte: Hegemonía, Estado y revolución democrática (Lengua de Trapo) junto al vicepresidente boliviano hasta que se produjera el golpe de estado en este país, Álvaro Gacía Linera. Esta tarde, a las 19 horas, será la presentación oficial en Madrid, en la librería Tipos Infames, y Errejón estará acompañado por el profesor Ignacio Sánchez Cuenca y la filósofa y diputada de Más Madrid en la Asamblea autonómica, Clara Ramas. Mientras, García-Linera mantiene su exilio en Buenos Aires a la espera de que se puedan producir elecciones libres y con garantías en Bolivia.
Errejón habla para cuartopoder de la nueva publicación, pero también de la actualidad política española y del futuro de Más Madrid, que entra en proceso asambleario.
- Cuando se produjo el golpe, quemaron casas de dirigentes del MAS. Entre ellas, la de García Linera y ardió su biblioteca. Buena metáfora que los ultraderechistas quemen los libros.
- Total. Llevaba mucho tiempo de aprendizaje y de discusión, trabajando en este libro con García-Linera, uno de mis referentes intelectuales, pero cuando hicimos el libro lo hicimos en unas condiciones muy diferentes. Cuando sale el libro publicado, García Linera ya no es vicepresidente de Bolivia, porque se ha tenido que ir de su país por un golpe de estado unas semanas antes y vive exiliado en Buenos Aires. No hay imágenes de aquello, pero se conoce el saqueo de su biblioteca y que se quemaron sus libros.
Creo que una parte del golpe en Bolivia ha sido una actitud revanchista, de odio, de borrar cualquier huella de que hubo un gobierno nacional-popular, democrático e indígena, que incluyó a mucha gente y que tuvo muchos avances en términos sociales y económicos elogiados por muchas organizaciones internacionales, todo ello en condiciones de pluralismo político. En algunos casos, ha habido una deriva preocupante en la relación con la oposición y pluralismo, algo que es común en muchos procesos progresistas latinoamericanos, pero con grandes avances sociales y en democracia. Ha acabado, lamentablemente como ha acabado.
Es un triste pero interesante epílogo al libro. Escribimos sobre la facilidad con la que se perpetúa el dominio de los privilegiados, qué cosas tan excepcionales tienen que suceder para que las irrupciones de los de abajo se conviertan no solo en una queja, sino en una propuesta de poder político que reorganice toda la sociedad, y cómo esas conquistas populares y progresistas muchas veces sedimentan y tienen que ser respetadas incluso por el adversario cuando llega. Pocas semanas después, vemos cómo un proceso largo, de 15 años, acaba de esta manera.
- ¿Qué papel ha de jugar el Gobierno español ante la situación actual boliviana?
- España tiene que seguir siendo un puente con los países latinoamericanos. Tiene que velar con el resto de organizaciones internacionales y supranacionales para que las elecciones sean transparentes. Eso no se certifica el día de las votaciones o dos días antes, eso empieza desde ya. Es un periodo muy inusual, un gobierno no salido de las urnas, como el de la señora Yáñez, convoca elecciones y se han de producir en condiciones de normalidad, sin miedo. Ya parten de una anomalía, se convocan por un gobierno que no llega por las urnas, sino por una situación de fuerza.
- Dice en el libro que para que los de arriba mantengan la legitimidad hay dos opciones. La primera, que mantengan "una capacidad de ordenamiento ante un mismo horizonte"; la segunda, "una amenaza que haga que las contradicciones sean menores que su unidad". El nuevo Gobierno español, ¿es mayor la amenaza de los de arriba o el horizonte de legitimidad que consigue crear?
- Una buena pregunta, pero es pronto para saberlo, está dando sus primeros pasos. Creo que hoy estamos ante una situación paradójica por la cual se han producido avances institucionales, con un gobierno de constitución progresista, y retrocesos culturales. Digo retroceso cultural porque hace tres o cuatro años millones de españoles acudieron a votar para refundar democráticamente su país, incluso arrebatándoselo de las manos a un pequeño grupo oligárquico. Si se me permite, votaban a la ofensiva. Buena parte del ánimo expresado en el voto de las últimas elecciones es a la defensiva. Es decir, la izquierda está en el poder, pero la derecha está a la ofensiva culturalmente, plantea buena parte de los temas sobre los que discutimos y los términos en los que los discutimos.
Eso es resultado, en mi opinión, de dos cosas. Por una parte, de que la hipótesis nacional-popular de 2014 a 2016 es una hipótesis frenada y ese péndulo lo ha recogido, por el lado reaccionario, Vox, quien hoy reivindica con más fuerza un patriotismo que se pretende transversal, pero que es reaccionario, pues es una idea de patria construida contra los más débiles y los de fuera.
Por otro lado, el desgaste de todos estos años, la inestabilidad, las discusiones de partido, las no formaciones de gobierno, todo el tiempo perdido. Todo esto ha hecho que mucha gente tenga una relación más fría con la política, que esté divorciada con la política, que haya vuelto a una relación más instrumental con la política. Esos dos hechos llevan a una situación contradictoria, avance institucional y retroceso cultural. Por mucho que se planteé con las palabras clásicas de la izquierda, en el discurso de investidura lo intenté decir, este no puede ser un Gobierno contra la derecha, tiene que ser un Gobierno para reconstruir las condiciones sociales que hagan que la sociedad española mire al futuro sin histeria y sin miedo.
En términos más rápidos: son las políticas neoliberales las que han sembrado el caldo de cultivo que permite que exista Vox. Previamente, han tenido que destruir la comunidad, sembrar el miedo, el sálvese quien pueda el o te piso o me pisan, y una vez que ese clima es normal en la cultura, ocio, trabajo, las ayudas públicas...
Una vez que eso es normal ahí fuera, solo hace falta que alguien te pide que votes con la misma lógica con la que te comportas en el curro. En ningún modo son rupturistas. Los Bolsonaro, los Trump, los Berlusconi antes, los señoritos de Vox, primero han estado normalizados en el lado de la economía, no son outsiders, son prestigiosos en la rapiña neoliberal. Personajes que ya conocemos y están normalizados en el ámbito laboral y económico solo tienen que pedirte que traslades a la esfera del voto lo que ya es sentido común, por desgracia, por muchos años en el ámbito social y económico. La respuesta a ellos no puede ser la confrontación izquierda-derecha. La vuelta al eje izquierda-derecha en la política española solo tiene un beneficiario, Ferraz. Si el problema es Vox, la respuesta es el PSOE.
- También dice en el libro: "Los de arriba habían sido exitosos en construir un sistema político y cultural que es aceptado como válido, pero ese mismo sistema político y cultural dibuja líneas rojas que una vez traspasadas son intolerables para los de abajo". Se parece a Pablo Iglesias defendiendo el cumplimiento de los derechos sociales de la Constitución.
- Creo que toda movilización transformadora parte de un sentimiento conservador, los de abajo juegan mejor en defensa. Eso es decir que para defender algo tienes que poder echarlo de menos, tienes que poderlo visualizar. En las movilizaciones, en los momentos que hay un afecto social que se quiebra, eso suele ir asociado a que no se respeta algo que estaba establecido y que se debería respetar. En nuestro país, hace tiempo que la ofensiva de las minorías privilegiadas sobre el contrato social ha dejado en papel mojado aspectos muy importantes de la Constitución de 1978.
¿Esto significa que la Constitución del 78 ha de ser el artefacto por las batallas más justas? El otro día, el rey vino al Congreso a inaugurar la legislatura y a hacer un discurso de que había que recuperar la concordia, el espíritu que permitió la Transición y la Constitución del 78. Hay que tener cuidado, esa certeza que se ha roto para millones de españoles no se ha roto porque haya pugnas entre partidos, porque el ámbito de lo político esté crispado, pues el periodo constituyente fue, precisamente, muy agitado políticamente.
No es la crispación entre partidos lo que ha roto las expectativas de los españoles en un futuro. Lo que ha roto las expectativas es que no tienen claro si van a poder disfrutar de una pensión pública, de una residencia cuando se hagan mayores, de si sus hijos se van a poder ir de casa o de si se van a tener que ir cada vez más a la periferia de la periferia de la periferia de las grandes ciudades porque les expulsan de su barrio por el precio de los alquileres. O que se hayan acostumbrado a que no tienen hogar, porque están de mudanza permanentemente tanto por cambio de trabajo como por los alquileres. Una vida en la maleta, la de las últimas generaciones.
Esas son las condiciones que han roto el que los españoles se sientan sociedad y miren al futuro con confianza. Lo que hay que reconstruir es eso, pero en los términos de hoy, no del 1978. Es verdad que si se cumplieran unos artículos de la Constitución hoy sería un avance, también es verdad que una parte de las necesidades que tenemos, el constituyente en su momento no las pudo o no las supo ver.
Hoy, las máquinas cada vez hacen más trabajo, eso en vez de transformarlo en nuevos derechos, por ejemplo una renta básica, lo hemos transformado en más miedo y más precariedad.
Necesitamos meter en la Constitución un estado del bienestar que no solo tenga que ver con el empleo, sino también con el disfrute de derechos de la ciudadanía. Por ejemplo, la lucha contra el cambio climático no estaba entre las prioridades del 78, pero es evidente que si hoy seguimos este rumbo, las siguientes generaciones no van a poder vivir en el planeta tal y como lo conocemos, hace falta un acuerdo verde. Eso no está en la Constitución. Me parece muy difícil imaginar un reajuste del contrato social que se olvide de estas cuestiones, o de las que pone el feminismo y las políticas de los cuidados sobre la mesa. Todas son cuestiones cruciales para la reconstrucción del acuerdo social, cada vez más del sentido común, y están ausentes en el acuerdo del 78.
- ¿Está proponiendo una reforma constitucional?
- Creo que la Constitución nace con un procedimiento de reforma muy complicado. Una parte de la crisis política española tiene que ver con que transformaciones constitucionales que eran necesarias eran tan necesarias como difíciles de abordar. En realidad, este procedimiento da un poder de veto a quien no quiere mover nada muy elevado ya que por los números es difícil.
Pero eso no significa que haya que abandonar un horizonte comprensible para la sociedad española. El acuerdo de convivencia que nos dieron nuestros padres se ha roto, lo han roto los de arriba, y lo tenemos que reconstruir por abajo para poder ser una comunidad, poder vivir libres del miedo, de la precariedad, de los caprichos de unos pocos. Ese es un horizonte de futuro, no es un horizonte que mira a Cuéntame, mira hacia adelante. Esa es una propuesta transversal de largo recorrido, es decir, no tendrá efectos mañana ni pasado. Hay que seguir trabajando para que llegue un momento en el que podamos definir las condiciones de convivencia de nuestro país de una manera más justa para las mayorías sociales.
- Pone un ejemplo en el libro que se parece mucho a la actual situación en el Estado español. Habla de la autonomía de la política y dice: "La correlación de fuerzas entre un gobierno progresista en medio de una estructura reacia a los cambios". ¿Qué valoración hace del papel que está jugando la Justicia actualmente en España y de la constante apelación de la derecha al judicial para hacer política?
- Ciertamente, en el libro hacemos una descripción y le dedicamos tiempo a algo que creemos que no está muy estudiado. En el ciclo de avances de América Latina, está muy estudiado el momento de llegar al poder, porque es el momento más épico, pero hay poca literatura y está poco estudiado el desarrollo de gobiernos populares que a menudo tienen una relación como de intrusos con los poderes del Estado.
Nos fijamos, desde una aproximación teórica, en cuáles tienen que ser las tres prioridades de un gobierno progresista que quiera perdurar. Nos decimos que tiene que elegir las batallas, pues no tienen fuerzas para librarlas todas. En segundo lugar, tiene que intentar gobernar los tiempos, asumir que hay momentos calientes y momentos fríos, de auge de movilización popular y de repliegue. Creo que hoy, con un gobierno progresista, estamos en un momento más frío. En tercer lugar, han de plantearse qué dejarán cuando ya no estén, cuáles serán las transformaciones culturales, jurídicas o sociales que sobrevivirán a ese gobierno, porque se habrán instalado tanto en el sentido común de época, en el habitus, las costumbres, en los planes de las familias sobre sus vidas... Se habrán instaurado tanto que incluso cuando se pierdan elecciones ya serán muy difíciles de mover por los adversarios de signo conservador.
El Estado es un campo de lucha permanente, en condiciones democráticas afortunadamente lucha pacífica, y ese campo de disputa está marcado por ámbitos de diferente signo. Unos, por la legitimidad de las urnas, el parlamento y gobierno. El resto, no se deben a las urnas. Se deben a acceso por oposiciones, a poderes del mundo de la economía que no rinden cuentas ante nadie. Otros, han ido precipitando un cierto poder muy corporativo, de familias de alta extracción social que han ido consolidando una presencia dominante en aparatos del Estado. El poder judicial es un caso evidente. Ha habido intenciones por parte de la derecha de intentar cercar a través del judicial los posibles avances de este Gobierno. En particular, de dificultar cualquier escenario de disolución del conflicto político de Catalunya, para crispar y cohesionar la sociedad española a través del enemigo interno de Catalunya y no a través de la igualdad y los derechos.
Ojo. Los gobiernos progresistas deben ser los más escrupulosos en velar por la separación de poderes. No van a durar siempre y, por tanto, deberían dejar instaladas instituciones republicanas, en sentido de esa filosofía política que entiende que el poder debe ser repartido, controlado y con contrapesos, que sean también espacios que controlen a los gobiernos cuando sean de signo conservador. Si una institución progresista erosiona todos los controles, cuando venga un gobierno conservador tendrá las manos totalmente libres. Un gobierno conservador no tiene enfrente a los grandes poderes financieros o económicos, los suele tener alineados.
Eso se concreta en el radical respeto a la separación de poderes, la independencia del poder judicial, pero también en lo relativo a RTVE. Este gobierno haría bien en fortalecer un modelo independiente, prestigioso y blindado, que ni las derechas pudieran tumbar, de radiotelevisión pública. Un modelo que no fuera gubernamental y fuera independiente. Si eso funciona, será una trinchera contra los intentos autoritarios de avasallamiento de un modelo conservador.
- En este sentido. ¿Qué le parece el nombramiento de la Fiscal General del Estado, la exministra Dolores Delgado?
- Además de ser bueno, hay que parecerlo. Es un escándalo que la derecha ponga el grito en el cielo cuando bloquea la renovación del poder judicial. Habría que revisar la renovación del órgano de gobierno de los jueces, pero es que el PP lo tiene secuestrado para congelar una correlación de fuerzas que ya no es la de hoy, se quiere enrocar. Pero, hay cuestiones que además de ser correctas tienen que parecerlo. Y, sobre todo, un Gobierno que llega con la promesa de renovación democrática.
También lo decimos en el libro: los gobiernos transformadores no son juzgados con los mismos baremos que los que solo quieren conservar, sino de acuerdo con las expectativas que han levantado. Este Gobierno llega con menos expectativas de las que habría levantado si se hubiera conformado en 2016. En 2016, la correlación de fuerzas era mucho mejor. Se ha ido perdiendo fuerza desde entonces hasta hoy. De hecho, se forma tan rápido después del 10N porque son conscientes que el crédito se agota, lo llevan gastando desde el 2016 si se tiran una vez más los dados, la cosa podría ser desastrosa.
Esto les hace llegar con menos expectativas, pero llegan con más expectativas democráticas, desde luego, de lo que podría ser un gobierno de Mariano Rajoy y del PP. Tienen que ser conscientes de que van a ser juzgados de acuerdo no con lo que hicieron los otros, sino con las expectativas de regeneración democrática. Eso es bueno, es un acicate para avanzar.
Nosotros somos una fuerza política que ha sido imprescindible para que exista el Gobierno y será imprescindible para todos los trances del Gobierno, pero no formamos parte del mismo, conservamos autonomía ideológica y en parte va a ser para presionar, empujar y que no sea un Gobierno que se contente con la partida de ping-pong con las derechas. En ese caso, el efecto de Vox podría ser demoledor, una fuerza política que reprodujera esta vieja distinción de progres contra carcas que deja fuera a las oligarquías, del modo que pelearte con la última ocurrencia medieval de Vox ya te convierte en el Frente Popular, no tanto por lo que alteres en la redistribución de poderes y rentas en España, sino porque como los otros son muy carcas, al ser su contrario serás el Frente Popular.
Hay que hacer un esfuerzo, desde las fuerzas políticas que hemos apoyado al Gobierno, desde los movimientos sociales, desde el trabajo cultural e intelectual, para proponer una agenda y un horizonte que no tenga que ver solo con la confrontación de las derechas, sino con avanzar en reconstruir un acuerdo social justo y verde en España.
- Lanzan desde Más Madrid el Proceso Dos de Mayo. Una asamblea para construir la organización. ¿Hacia una fuerza política definitivamente madrileña?
- Hubo el lunes una asamblea de todos los cargos electos de Más Madrid y se decidió que echaba a andar un proceso que tiene que ser lento y cuidadoso. Se ha fijado que el Dos de Mayo culmina, una fecha que nos gusta, no solo por ser madrileña, sino porque es una fecha inaugural nacional, popular, de la historia de la nación española. Los poderosos se olvidan de sus deberes, huyen, entregan el poder a otros, y es la gente más humilde la que protagoniza un levantamiento soberanista, por la soberanía nacional que coincide con la soberanía popular. Nos gusta ese momento de reivindicación nacional-popular del Dos de Mayo, pero es es algo simbólico, hermoso para mí.
Lo importante es que nos damos tiempo. Nos damos tiempo porque viene un ciclo de estabilización, más lento en la política española, un ciclo en el que hay que emprender todas las tareas que no hemos podido emprender: echar raíces en el territorio, construir organizaciones en la sociedad civil que construyan pueblo, no solo máquina electoral, de aprender a relacionarnos y tomar decisiones de una forma que se parezca al Madrid y la España que deseamos.
He hecho mucha reflexión últimamente y creo que tenemos un problema cuando las estructuras en las que militamos no se parecen en nada al mundo al que deseamos. Es verdad que la competición política te obliga en muchas ocasiones a ser rápido y eso no casa bien a veces con la deliberación, la cooperación y una cultura republicana y federal. En este caso no estamos en esa tesitura y nos podemos permitir el lujo de construir una organización diferente. Una organización que quizás no tiene que tener un secretario general, en la que las decisiones se tomen lo más pegadas posible al territorio y que se tiene que tomar el federalismo en serio. El federalismo es la construcción desde abajo entre iguales que luego se federan. Por eso construimos Más Madrid, porque desde Madrid no se va a construir una fuerza de ámbito nacional.
¿Existe un espacio político verde, justicialista, federalista a nivel nacional? Sí, creo que existe. Se ha expresado en los 600.000 votos, los tres diputados y creo que mucha gente votó por el miedo a que ganaran las derechas, por lo que no toda nuestra simpatía se convirtió en voto. Creo que hay mucho recorrido para una fuerza estatal de este carácter. Pero he aprendido de los miedos del pasado. Una concepción diferente de España tiene que implicar que Madrid no es España.
Cada vez hay más análisis que me interesan mucho sobre que una parte importante del problema territorial español no es Catalunya, es Madrid, como concentración de poder, recursos, infraestructuras y riquezas que vacía el resto de España. Es una concepción muy madrileñocéntrica de lo que es España. Si queremos una España diferente, se tiene que reflejar en cómo nos construimos. Hay que construir desde el territorio, es más lento, pero creo nos podemos dar el lujo de la lentitud, de un proceso más cuidadoso, deliberativo, que queme a menos gente por el camino.
Lo vivo como una segunda oportunidad. En la ciudad de Madrid ya hay un proceso en marcha de organización por los distritos. Queremos recogerlo, ampliarlo y coordinarlo por el resto de los municipios, en toda la región, que construya una fuerza madrileña que tiene mucho que decir. Más Madrid representa al 15% de la región, sostiene o participa en gobiernos en muchos municipios y es la primera fuerza en la capital. ¿Se va a quedar ahí? No, pero el principio del federalismo es construir por abajo, no empezar la casa por el tejado. Eso ya lo hemos hecho, tiene virtudes y muchas dificultades que con el tiempo se van viendo. Se trata de empezar la casa por los cimientos, por el territorio, y luego cada territorio verá libremente con quién se federa y se relaciona.
- Ha dicho que no tiene por qué haber un secretario general. ¿Se reconoce en esas acusaciones de hiperliderazgo?
- Sí. Pero no en el pasado corto. Creo que nuestra experiencia electoral con Más País, que supuso de partir de la nada a entrar en el Congreso pero no con los resultados que esperábamos, esa experiencia en mi opinión debe marcar un punto crítico de reflexión. Hasta ahí ha llegado una forma de construcción política muy centrada en lo comunicativo y electoral, que sigue siendo muy importante, que supedita eso a cualquier otra forma de funcionar. No lo hubiéramos podido hacer de otra forma. Ahora sí, sería imperdonable no hacerlo.
¿Podríamos haber concurrido a las elecciones de Madrid sin hacerlo? Difícilmente. ¿A las generales sin hacerlo? Difícilmente. Y creo que una buena parte de nuestros 600.000 votantes se hubieran quedado en la abstención. Así que hubo que tomar decisiones. Y decisiones rápidas. Y esas siempre tienen costes. Lo rápido a menudo es más vertical. Lo vertical suele dejar talento y gente buena por el camino e instituye una forma de funcionar que no siempre hace que afloren las mejores ideas.
Si ahora vamos a un tiempo de estabilización, si estamos en un momento en el que las fuerzas progresistas tienen el poder político y, sin embargo, la ofensiva cultural parece más controlada por las derechas... Si la tarea fundamental es echar raíces, construir pueblo y dar una batalla cultural, no es el mismo tipo de organización el que necesitamos que para una campaña electoral acelerada. Hoy, nos podemos dar el lujo de emprender las tareas que llevamos aplazando demasiado tiempo.
- ¿Qué responsabilidades querría tener en Más Madrid, después del Dos de Mayo?
- La menor posible. Seguiré siendo militante de Más Madrid, diputado de Más País, seguiré haciendo un trabajo que juzgamos que es imprescindible. Quiero recordar que fuimos la única fuerza estatal que apoyó que había que entregar las credenciales del torturador Billy el Niño, que por cierto detuvo y torturó a mi padre, en la Junta de Portavoces. Y no lo digo para apuntarme una medalla, pues Podemos muy rápido y de una forma que le honra corrigió la posición y eso volverá el martes a la Junta de Portavoces.
Va a ser muy necesario que una fuerza con autonomía ideológica pueda contribuir humildemente a ponerle tareas y marcarle una senda al Gobierno, y que el Gobierno no reciba solo presiones de la derecha. Si el Gobierno solo recibe presiones por la derecha, se atrincherará en la batalla contra las derechas radicalizadas. Nosotros tenemos retos importantes contra la violencia machista, derogación de la reforma laboral, intervención del mercado de los alquileres o de renta básica universal que se tienen que desarrollar... Eso nunca va estar en la agenda si esta la marca la confrontación contra las derechas, contra locuras que se le ocurran a Vox cada semana. Ese va a ser mi trabajo político, me encanta el trabajo en el Congreso.
Una fuerza política es tanto más fuerte cuanto más diversifica el poder y las responsabilidades, cuanto menos imprescindible hace a alguien. La tarea nuestra para este próximo ciclo es potenciar a muchos cuadros que son muy buenos y que por la hiperconcentración mediática se les ve menos. Hay que promoverlos. Al mismo tiempo hay que formar a muchos militantes que tienen muchísimas ganas. Facilitar una nueva remesa de militantes y dirigentes políticos. Hace falta oxigenar un poco. Yo estaré en eso. Tiene que salir una organización más fuerte porque nadie es imprescindible y tiene que oxigenar el poder.
- Para terminar. Hay elecciones autonómicas este año en Catalunya, Galicia y Euskadi. ¿Ha de participar Más País en esos comicios?
- No es una decisión que tengamos que tomar desde Madrid. Si no, estaremos empezando la casa por el tejado. Construcción estatal o nacional y construcción desde Madrid son cosas diferentes. Es curioso que lo diga una fuerza madrileña, y que yo soy madrileño. Si desde Madrid se puede irradiar todo, lo que irradia son gobernadores civiles o delegaciones del gobierno. Creo que esa decisión no la tengo que tomar yo, no la tiene que tomar Madrid. Nadie mejor que los compañeros de cada territorio para decidir cuál tiene que ser la orientación o los siguientes pasos.